Yo se lo había dicho a usted y a su amigo dos días antes y es que yo no tenía
la menor idea de cuándo iba a venir ese tipo a la tienda pero ustedes no
quisieron entender que yo sólo era un tendero es decir un tipo humilde al que
no le gustan los problemas, yo nunca me fijé demasiado en la gente que venía a
la tienda porque yo simplemente le daba al cliente lo que buscaba a cambio del
precio justo y nada más. Pero usted y su amigo tenían que venir a joder y joder
con el mismo cuento y la preguntadera de que cuándo venía el tipo gordo que si
mañana iba a estar por acá que si yo sabía si el tipo ese vivía en el barrio o
venía de afuera y no sé qué putas más. Yo no sabía, de verdad no sabía ¿Yo por
qué iba querer ponerme a joder con un par de malandros como ustedes que tienen
una pinta de sicarios tan obvia, con el motilado bajo y la mirada violentamente
fija y la boca torcida como del embale? Pero ese día usted y su amigo llegaron
a la tienda y preciso el gordo marica al que buscaban estaba ahí y pues cuando
yo lo vi llegar al gordo quince minutos antes obviamente me puse nervioso
pensando que la pinta que tenía cuadraba con las preguntas que ustedes me
habían hecho y pues yo no supe si decirle que se fuera porque en todo caso
cliente es cliente y en eso ustedes llegaron de una vez armando problema y sin
mediar palabra su amigo encañó al gordo ahí mismo donde estaba sentado
tomándose el tinto y usted se me vino encima a gritarme como si yo hubiera
querido engañarlos o timarlos o joderlos y yo no entiendo por qué usted antes
de irse tenía que descárgame el tambor del revolver completo yo no sé qué
necesidad tenía de eso si de todas formas yo nunca opuse resistencia.
*
Pleno sol de mediodía. Los
ventanales de los comercios, los vidrios panorámicos de los carros, de los
buses, destellan cegando las miradas que chocan con el reflejo de la luz solar.
Me esfuerzo, a pesar de que mis ojos están humedecidos, por mantener mi mirada
fija sobre las dos ventanas de la tienda de don Jacinto, expectante de quienes entran y salen por la
puerta.
—Quiubo Chopo,
¿qué ha pasado? —
Chopo soy yo.
Quien me habla se llama Wilson. Mi parcero, mi compadre, pero además quien me
ha enseñado el oficio maldito que he elegido para sobrevivir. Y digo maldito
porque sé lo que piensa todo el mundo de lo que yo hago, pero ¿qué? No me voy a
dejar morir de hambre.
—Nada Will, nada,
ese perro no se ha asomado por acá—
—Tiene que estar
en la jugada, apenas pille esa gonorreda me timbra, voy a estar a la vuelta,
aquí donde la Yolanda—
—Arranque mi so
que yo de acá no me muevo—
El aire cargado de polvo, preñado
de humo, se arremolina a mi alrededor y luego sigue, llevando consigo los
restos que recoge al descender a ras del suelo. Mantengo bajos mis parpados,
afilando mi mirada como un perro de presa. La basura barrida por el aire, el
paso acelerado y agresivo de los camiones, las motos, los automóviles, y el
caminar apurado y nervioso de la mayoría de transeúntes a mi alrededor me
recuerda mi misión: no bajar la guardia, estar listo para golpear sin
misericordia, sin asco.
Pasan las horas y las siluetas de
las personas, de los edificios, de los automóviles, van arropándose con una
sombra más pronunciada, sombras que se dilatan más y más sobre el pavimento de
las aceras. Un gusano comienza a moverse debajo, en mis entrañas, es la
impaciencia que se despierta. Con la caída paulatina del sol que ya casi se
oculta tras las montañas mi labor se hace más difícil; Con la oscuridad las
figuras se dilatan hasta hacerse indiferenciadas.
De un lado a otro mi mirada viaja
certera, acechando. Voy siguiendo la línea de la acera contraria y entonces, al
fin, lo veo. La calle está despejada, pienso en acorralarlo ahí mismo, dar una
carrera desde aquí, empujarlo contra la pared y con una mano apretándole el
cuello, encañonarlo.
Sin embargo prefiero dar el
aviso. Mi mano dentro del bolsillo derecho tiene entre sus dedos el celular,
sin que haga falta que mire la pantalla llamo a Wilson. Espero unos segundos
mientras miro al gordo entrar a la tienda, pasar por el mostrador y pedir algo.
Cuelgo el teléfono y espero.
Wilson no devuelve
la llamada. Pasa un minuto, dos, no aparece. El gusano ahora es una culebra,
crece. Empieza a levantarse el embale dentro de mí, una corriente de energía
que sube por mi espalda, sembrándome la cabeza de pensamientos que se alternan cada
vez más descontrolados.
Como estoy parado
en un callejón oscuro, fuera de la mirada de los pocos transeúntes y la gente
alrededor, no necesito disimular mucho. Llave en mano, sobre la pieza metálica
recojo el polvo blanco de la verdad y la claridad. Un pase, dos pases. Entonces
la descarga de energía excesiva se aplana, distribuyéndose, mi mente se va
despejando, afinándose mis sentidos, concentrándose toda mi agresividad, me
siento listo. Pero Wilson no llega.
Miro el celular,
última llamada: tres y treinta, ¿qué hora es? Tres y cuarenta. Nada que viene,
nada que empieza, pero yo quiero ir ya. Quiero asaltar a ese gordo faltón, a
ese perro marica, sapo hijueputa, quiero prenderlo ya. Me tengo que calmar, el
duro quiere a este maricón entero, no lo puedo matar.
La espera se hace
interminable. Los sonidos chocan contra mis odios; yo intento rechazarlos, el
embale que tengo sólo admite un sonido, un anhelo: el jadeo cansado, las
palabras lastimeras, el ruego de quien se sabe perdido. El lloriqueo del gordo
cuando le ponga las manos encima.
—Quiubo Chopo, en
la juega, vamos por ese gordo malparido—
Wilson pasa a mi
lado, salta a la calle, un taxi casi lo atropella. Yo corro tras él, miro al
taxista y el tipo se queda helado. Cualquiera por aquí reconoce la mirada de un
sicario listo para matar.
La espalda de Wilson avanza hasta
el fondo de la tienda. Yo tengo claro mi papel. Avanzo a la izquierda hacia la mesa
ante la que vi al gordo sentarse. Estaba tomando tinto, se riega el café
encima, intenta levantarse, se lleva una mano al pantalón.
—Quieto ahí
malparido—
—Espere Chopo, no
me maten, espere, déjeme yo le tiro la liga, mi perro, calmado…—
Lo dejo que hable.
La verdad es que me excita esa sumisión, esa falta de hombría. Los ojos
chiquitos, llorosos, enrojecidos parecen llamarme, parecen pedirme que los
saque de sus orbitas. El terror que casi puedo oler destilando de su piel me gusta
tanto como otras cosas que disfruto aspirar. Seguro no ha dormido en días,
consumido por el miedo, porque ya sabía que lo estábamos buscando. Se la jugó,
no se escapó cuando pudo y ahora, perdió.
Detrás de mí una
retahíla de disparos me estremece. Volteo y miro a Wilson con el revolver en
alto, dándose la vuelta, haciéndome señas para que jale al gordo para afuera.
Miro hacia adentro de la tienda, tras la despensa, y no veo a don Jacinto.
—Wilson, ¿le dio
piso al cucho? —
—Sicas, eso le
pasa por esconder a esta rata gonorreda. Parado gordo cacorro, vamos es pa
fuera—
No digo nada. Pero
maldigo por dentro mi suerte. Un sicario con un mínimo de consciencia tiene las
de perder. Sufro porque sé que don Jacinto no se merecía lo que le tocó. Pero
tengo al gordo entre mis manos y pienso: usted lo va a pagar. Aprieto mis dedos
sobre su piel, alrededor de sus brazos. Toda mi frustración, mi rabia, por
tener que vivir esta mierda, por ese muerto que no se merecía morir, lo pagará
él. Y él lo sabe, él sabe que lo voy a hacer sufrir.
nota del autor: este es el ejercicio de Teoría I en el que Roberto propuso una escena a desarrollar y luego un cambio de narrador.
nota del autor: este es el ejercicio de Teoría I en el que Roberto propuso una escena a desarrollar y luego un cambio de narrador.
Me encanta el ritmo de la primera parte del ejercicio. Transmite muy bien cómo es el personaje del tendero. Me gusta el estilo. En la primera lectura se hace raro que no lo vean de primeras cuando entran a la tienda, ya que normalmente las tiendas son muy chiquitas. Los sicarios no conocen su objetivo? pero lo describen muy bien... es lo único que me hace perderme.
ResponderEliminarDe la segunda parte creo que la tensión de la espera se pierde en el momento que se droga. Se repite la escena del celular sin que pase nada realmente. Me gusta la construcción del personaje de Chopo. Me gusta la manera de presentar los personajes.
La única acción que no entendí es la del celular en el bolsillo: "Mi mano dentro del bolsillo derecho tiene entre sus dedos el celular, sin que haga falta que mire la pantalla llamo a Wilson." el "sus" confunde.
El discurso de don Jacinto muerto está muy bien. Sin embargo me parece que él no diría esto: "[...] que tienen una pinta de sicarios tan obvia, con el motilado bajo y la mirada violentamente fija y la boca torcida como del embale?"
ResponderEliminarLa historia está bien, y el remordimiento del sicario es interesante, pero creo que hay un divorcio entre el lenguaje en el que Chopo piensa y en el que habla. ¿Puedes poderlo a pensar como habla, o hay alguna razón para ese divorcio?
Sí, el divorcio es a adrede. Cuando escribí esto pensé que resultaría aburrido y un poco tópico describir a un sicario bruto y ordinario que mata por placer y dinero, sin más. Pienso que muchos de estos tipos tienen conflictos internos y que resultaría más interesante pensar en un personaje con una cierta capacidad de autocuestionamiento, con una sensibilidad, con inteligencia. Sin embargo no estoy seguro de cuál es la mejor estrategia para expresar/construir esa dicotomía en un relato más bien corto.
ResponderEliminarCreo que él puede emplear el lenguaje callejero para transmitir ese nivel de conciencia... O tu puedes introducir una referencia a un par de circunstancias de su vida que le hayan permitido adquirir cierto nivel de pensamiento crítico, además del léxico que utiliza.
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