QUÉ DIRÁN LOS
SARAMA
Como es
agüerista, la señora sopló al cielo para correr las nubes negras que podrían
arruinar el rencuentro con sus amigas del San Ramón.
La señora
Valencia decidió que ella misma compraría las flores. Sí, ya que Carmen tendría
trabajo más que suficiente. Había que limpiar el jardín, esconder las trampas
de las ratas, abrir las sombrillas de las mesas. Y, sobre todo, servir el brunch tal y como la señora lo aprendió
de su cuñada en su más reciente visita a Nueva York.
– Los veinticinco
años de graduada deben celebrarse con los cubiertos de plata, le dijo a Carmen
antes de salir de casa.
Camino al
supermercado, la señora preparó las respuestas que daría a cada una de las
predecibles preguntas de sus invitadas. “Saliva en ayunas”, le contestará a Elsa
cuando diga “¿qué haces para comer tantos años?” “Cata, feliz en París y Juan Ri, con los
proyectos de su oficina de arquitectos”, para cuando Nubia le pregunte por sus
hijos. “Sigue en el Banco, ya está a punto de jubilarse”, será la respuesta para
Nancy, que sin duda preguntará por su marido. ¿Y las copas de cristal?, “Son de
Murano”. Y fue así como de regreso a casa armó mil formas de contar la historia
del viaje y la traída de las copas desde Murano.
–
Carmen, le quedaron perfectas
las mesas. Muchas gracias. – Gritó mientras se aseguraba que el Bloody Mary
tuviera suficiente vodka.
¡Qué locura!¡Tantos años!
Murmulló cuando sintió la puerta que con un leve gemido de bisagras se abrió. Estaba su marido frente
a ella.
–
¿Qué haces aquí a esta hora?
– preguntó la señora Valencia sorprendida.
–
¿Te había dicho que tengo
ganas de ir a visitar a Cata?
–
¿Sí?
–
¿Y por cuestiones de tiempo
no había podido ir?
–
¿Ajá?
–
Pues creo que es el momento.
Los chinos que compraron el Banco cerraron en el país.
–
¿Cómo así?
–
Pues que estoy sin trabajo.
Suena el timbre. Es Norma.
–
Loli, me adelanté un poco
para que me digas en qué te puedo ayudar.
Luego de Norma llegó Nancy. Luego de Nancy, Nubia. Luego de Nubia,
Elsa. Y en menos de media hora todas las amigas de la señora Valencia estaban
en el jardín esa mañana. Algunas viajaron desde lejos. El prado estaba
agujereado por los pasos de los tacones y el sol iluminaba los tintes rubios que
escondían las canas del pelo de las invitadas. Los olores de la comida se
mezclaban con el impregnante vaho que dejan algunos perfumes de lujo. La
noticia que recibió la señora Valencia de boca de su esposo esa mañana la
mantenía tan incómoda como si saliera una de las ratas que acostumbran visitar
su jardín.
–
¿Quién dijo que el colegio
era de monjas? – Pregunta Nubia con tono burlón.
–
¿Por la cantidad de viejas? –Responde
Nancy.
–
No, por lo vírgenes. –
Contesta Elsa mientras alza las cejas.
–
Virgen serás tú que ni te
casaste, querida. – Le responde Nancy a Elsa.
–
Y no me arrepiento. – Afirma
Elsa.
–
Pues son muchas las que te
envidiamos, Elsa. – Dice entre dientes Lola.
–
La que más me envidia es
Nubia. No nos habíamos graduado cuando ya estaba casada. – Comenta Elsa. –Y sigue con el mismo
marido.
–
Pero bien casada sí estoy. –
Presume Nubia mientras exhala una bocanada.
–
Pues con ese apartamento en
Manhattan yo también aguantaría treinta años de matrimonio. –Se entromete
Norma.
–
¡No te quejes de tu vida!
Eres una gitana, ¿no te cansas de viajar? – Le pregunta la señora Valencia a
Norma.
–
Loli, los viajes de trabajo
son agotadores. – Contesta Norma. –Y todavía me quedan unos años más hasta que
pueda pedir la pensión.
–
¿Les conté que Fabio ya se
jubiló? – Dice Nancy. –Tantos años en el ejército valieron el cheque de la
pensión.
–
Pues qué tal si no. A tu
marido le tocó muy duro por allá. –Dice la señora Valencia.
–
Antonio y yo no pagamos
pensión jamás. Lo mejor que uno puede hacer es invertir en finca raíz. – Comenta
Nubia. – ¿Y Jaime, Loli? ¿Sigue en el banco?
La señora Valencia corta la conversación al fijar la mirada en su
marido quien se dirige hacia ella desde el otro lado del jardín vestido de un
conjunto de sudadera y tenis.
–
Norma, finalmente compré el
trago donde me dijiste. – Comenta la señora Valencia con una sonrisa entre los
dientes.
–
Y tú, Jaime, ¿qué haces por
acá? – Pregunta Nubia al ver que el marido de la señora Valencia ya estaba
junto a ella y sus amigas.
–
Se jubiló – Responde la
señora Valencia, sin permitir hablar a su marido. Les da la espalda y le dice – Cielito, en la nevera hay unas cervezas para
que vayas a ver tu partido.
Y así es como el señor Jaime Valencia entra a la cocina por las
cervezas, cierra la puerta de vidrio para silenciar el jardín, toma el control,
prende el televisor, sube el volumen y busca el canal de los deportes.
Natalia Piza
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