Taller I Sin Censura

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martes, 6 de mayo de 2014

"Qué dirán los Sarama" de Natalia Piza


QUÉ DIRÁN LOS SARAMA


Como es agüerista, la señora sopló al cielo para correr las nubes negras que podrían arruinar el rencuentro con sus amigas del San Ramón.

La señora Valencia decidió que ella misma compraría las flores. Sí, ya que Carmen tendría trabajo más que suficiente. Había que limpiar el jardín, esconder las trampas de las ratas, abrir las sombrillas de las mesas. Y, sobre todo, servir el brunch tal y como la señora lo aprendió de su cuñada en su más reciente visita a Nueva York.

– Los veinticinco años de graduada deben celebrarse con los cubiertos de plata, le dijo a Carmen antes de salir de casa.

Camino al supermercado, la señora preparó las respuestas que daría a cada una de las predecibles preguntas de sus invitadas. “Saliva en ayunas”, le contestará a Elsa cuando diga “¿qué haces para comer tantos años?”  “Cata, feliz en París y Juan Ri, con los proyectos de su oficina de arquitectos”, para cuando Nubia le pregunte por sus hijos. “Sigue en el Banco, ya está a punto de jubilarse”, será la respuesta para Nancy, que sin duda preguntará por su marido. ¿Y las copas de cristal?, “Son de Murano”. Y fue así como de regreso a casa armó mil formas de contar la historia del viaje y la traída de las copas desde Murano. 

        Carmen, le quedaron perfectas las mesas. Muchas gracias. – Gritó mientras se aseguraba que el Bloody Mary tuviera suficiente vodka.

¡Qué locura!¡Tantos años!  Murmulló cuando sintió la puerta que con un leve gemido de bisagras se abrió. Estaba su marido frente a ella.

        ¿Qué haces aquí a esta hora? – preguntó la señora  Valencia sorprendida.

        ¿Te había dicho que tengo ganas de ir a visitar a Cata?

        ¿Sí?

        ¿Y por cuestiones de tiempo no había podido ir?

        ¿Ajá?

        Pues creo que es el momento. Los chinos que compraron el Banco cerraron en el país.

        ¿Cómo así?

        Pues que estoy sin trabajo.


Suena el timbre. Es Norma.

        Loli, me adelanté un poco para que me digas en qué te puedo ayudar.


Luego de Norma llegó Nancy. Luego de Nancy, Nubia. Luego de Nubia, Elsa. Y en menos de media hora todas las amigas de la señora Valencia estaban en el jardín esa mañana. Algunas viajaron desde lejos. El prado estaba agujereado por los pasos de los tacones y el sol iluminaba los tintes rubios que escondían las canas del pelo de las invitadas. Los olores de la comida se mezclaban con el impregnante vaho que dejan algunos perfumes de lujo. La noticia que recibió la señora Valencia de boca de su esposo esa mañana la mantenía tan incómoda como si saliera una de las ratas que acostumbran visitar su jardín.


        ¿Quién dijo que el colegio era de monjas? – Pregunta Nubia con tono burlón.

        ¿Por la cantidad de viejas? –Responde Nancy.

        No, por lo vírgenes. – Contesta Elsa mientras alza las cejas.

        Virgen serás tú que ni te casaste, querida. – Le responde Nancy a Elsa.

        Y no me arrepiento. – Afirma Elsa.

        Pues son muchas las que te envidiamos, Elsa. – Dice entre dientes Lola.

        La que más me envidia es Nubia. No nos habíamos graduado cuando ya estaba casada. –  Comenta Elsa. –Y  sigue con el mismo marido.

        Pero bien casada sí estoy. – Presume Nubia mientras exhala una bocanada.

        Pues con ese apartamento en Manhattan yo también aguantaría treinta años de matrimonio. –Se entromete Norma.

        ¡No te quejes de tu vida! Eres una gitana, ¿no te cansas de viajar? – Le pregunta la señora Valencia a Norma.

        Loli, los viajes de trabajo son agotadores. – Contesta Norma. –Y todavía me quedan unos años más hasta que pueda pedir la pensión.

        ¿Les conté que Fabio ya se jubiló? – Dice Nancy. –Tantos años en el ejército valieron el cheque de la pensión.

        Pues qué tal si no. A tu marido le tocó muy duro por allá. –Dice la señora Valencia.

        Antonio y yo no pagamos pensión jamás. Lo mejor que uno puede hacer es invertir en finca raíz. – Comenta Nubia. – ¿Y Jaime, Loli? ¿Sigue en el banco?


La señora Valencia corta la conversación al fijar la mirada en su marido quien se dirige hacia ella desde el otro lado del jardín vestido de un conjunto de sudadera y tenis.


        Norma, finalmente compré el trago donde me dijiste. – Comenta la señora Valencia con una sonrisa entre los dientes.

        Y tú, Jaime, ¿qué haces por acá? – Pregunta Nubia al ver que el marido de la señora Valencia ya estaba junto a ella y sus amigas.

        Se jubiló – Responde la señora Valencia, sin permitir hablar a su marido. Les da la espalda y le dice  – Cielito, en la nevera hay unas cervezas para que vayas a ver tu partido.


Y así es como el señor Jaime Valencia entra a la cocina por las cervezas, cierra la puerta de vidrio para silenciar el jardín, toma el control, prende el televisor, sube el volumen y busca el canal de los deportes.


Natalia Piza


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